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jueves, 6 de diciembre de 2012

EL CONCURSO LEVENTRITT por Helen Epstein (extractos, segunda parte)


Carnegie Hall

Las desigualdades de un concurso como el de Leventritt son abrumadoras. Algunos participantes gastan hasta 1,000 dólares para llegar  Nueva York y alojarse en un hotel decente; otros sencillamente toman el ómnibus desde su casa de departamentos. Un participante metió el concurso entre una cita para una grabación, un recital para el doctorado y una presentación para un concierto, en tanto que otra se pasó cuatro semanas sin hacer otra cosa que practicar su repertorio de Leventritt con su profesora...
... Los jueces –todos ellos ejecutantes consumados- trataban de ver más allá de estas discrepancias. Se mantenían impasibles durante las secuencias de veintinueve minutos, hablaban entre sí sólo para determinar que pedirle al participante que tocara  continuación, haciendo de vez en cuando anotaciones en los cuadernos que tenían sobre las rodillas: distinguido… no distinguido… conmovedor… demasiado pedal… nada de fraseo… interesante… muy dotado… pobre.
Durante las preliminares, una quinta parte de los ejecutantes tuvieron grandes lagunas de memoria, tocaron una frase o una sección en una tonalidad errónea, o la omitieron del todo. En general, advirtieron los jueces, tocaban todo a mayor velocidad que la acostumbrada, usaban más el pedal y aporreaban.
- Casi nunca tocan con más suavidad –dijo Claude Frank-. Como cualquier integrante de un publico de concierto, reaccionamos a una experiencia musical y artística cuando escuchamos. Pero como jueces, nuestros oídos perciben los componentes de esa experiencia. Escuchamos en busca de la calidad del equipamiento técnico, el tono, la precisión, la intensidad, el nivel de concentración, la integridad musical. Miramos cómo usa cada uno de ellos el equipamiento que posee.
Para cuando los sesenta participantes –otros cinco se habían ido, entretanto- terminaron de tocar, los jueces habían establecido dos listas. La primera contenía a los pianistas que en su opinión eran decididamente semifinalistas. Existía acuerdo general respecto de cinco de las personas que habían tocado. Otros ocho ejecutantes fueron agregados como semifinalistas posibles. Los nombres de estos trece pianistas fueron comunicados a los participantes en la última noche de las preliminares, y publicados al día siguiente en la prensa de Nueva York.
Marian Hahn
La pianista Marian Hahn había sido la quinta participante en tocar en las preliminares, y tuvo que esperar cuatro días para poder averiguar si había llegado a las semifinales. Neoyorquina delgada, de cabellos negros y modales agradables, se mostró muy a sus anchas en el escenario. Marian Hahn había tenido una graduación de Phi Beta Kappa en Oberlin, y tenia veintisiete años; había participado en varios otros concursos y aprendido a sacar el máximo provecho de las situaciones de tensión.
- Comencé a practicar de nuevo al día siguiente de tocar en preliminares –dijo-. No importa lo que haya sucedido en realidad, hay que decirse que una va a pasar a la ronda siguiente. Trato de no hablar con los otros participantes durante ese periodo. Me acuesto temprano y practico seis horas por día. Tanto yo como mi acompañante tenemos problemas de resistencia. No le importa lo que diga la gente, existe una diferencia entre la resistencia de una mujer de cincuenta y cinco kilos y un hombre de noventa. Tenemos que conservar nuestra energía, y hacer una vida bastante rígida, austera, durante un tiempo.
“Me sentí bien durante los primeros cuatro días de la semana, pero el quinto día fue terrible. Nos habían dicho que llamáramos a las oficinas de Leventritt a las cuatro y media, para averiguar quien había llegado a las semifinales. Cuando llamé, las líneas estuvieron ocupadas durante casi una hora, hasta que pude comunicarme. Cuando me dijeron que lo había logrado, pedí a mi compañera de habitación que escondiera los periódicos durante el fin de semana. No quería saber contra quien debería competir.”
El lunes siguiente, Marian Hahn era la primera semifinalista que debía tocar ante los jueces. El auditorio había sido trasladado ahora al Carnegie Hall, y las luces de televisión de la CBS se veían empequeñecidas por los círculos de terciopelo rojo y butacas doradas. Los jueces se hallaban sentados en una hilera de asientos, a mitad de camino entre el escenario y las puertas del auditorio... 

Lydia Artymiw
- ...Nunca había tenido que pasar por semejante presión –dijo Lydia Artymiw, quien competía por primera vez en una prueba de importancia. Tenía veintiún años, cabello rubio, casi blanco, y ojos azules, y rezumaba un aire de decisión característico de la mayoría de los participantes. Sus padres eran inmigrantes ucranianos, desplazados por la Segunda Guerra Mundial, tal como los padres de Marian Hahn eran refugiados judíos alemanes. Ambas mujeres eran excelentes estudiantes, y ejecutantes disciplinadas, y las dos contaban con el apoyo total de sus familias, que habían ido con ellas al Carnegie Hall.
Lydia Artymiw parecía no haber dormido en varios días.
- En un concierto, si una se salta una nota no se preocupa –dijo-. Aquí, siente enseguida que son cincuenta puntos en contra. Los jueces conocen el repertorio del derecho y del revés, y cada uno tiene su propia idea acerca de cómo debería sonar la pieza. Una tiene que tocar lo que toca con la máxima convicción, y no distraerse ni preocuparse por el hecho de que no percibe reacciones. Ellos no aplauden. No le hacen saber a una de ninguna manera que les pareció. Y en la cabeza de una están todos los signos de interrogación, mientras aguarda, sentada. Si llega a las finales, es maravilloso, pero hay que pagar un precio. Hay que ir y volver a hacerlo todo otra vez.
Meneó lentamente la cabeza, de un lado a otro.
- Lo peor es el agotamiento. Una practica todo el día; está todo e tiempo bajo tensión. Yo sentía el cuello y la espalda como un nudo compacto. Pero quería averiguar como haría para enfrentarlo, y he aprendido mucho. A esta altura, ganar o perder ya no me importa. Quería saber cómo haría para pasar por eso.
A las cuatro de la tarde, después de que terminaron los últimos semifinalistas, los jueces se retiraron para elegir a los finalistas. Cada juez preparó una lista de los ejecutantes que consideraba merecedores a llegar a la final. Cualquier nombre que apareciera en cinco o más listas seria considerado como tal. Resultó que había cinco de esos nombres: Lydia Artymiw y Marian Hahn; Steven de Groot, un sudafricano que vivía en Filadelfia; Santiago Rodríguez, un cubano que residía en Nueva York, y Mitsuko Uchida, una japonesa que vivía en Londres.
La noche anterior a las finales, Mitsuko Uchida se hallaba en su habitación del Hotel Taft, donde no tenia acceso a un piano. tenia veintisiete años, cabello negro, era elástica y serena. Había proyectado una sensación tan fuerte de refinamiento, en escena, que varios de los integrantes del público la habían apodado “Señorita Dragón.”
Mitsuko Uchida
Mitsuko Uchida no parecía inquieta o cansada.
-No practico hasta el ultimo momento –dijo-. A veces me pongo a tejer, porque eso me aparta los pensamientos del concurso. Esta semana he visitado varios museos: el Frick, el Metropolitan, el Guggenheim. Si practicara ocho horas por día estaría demasiado fatigada para tocar. Debo tener células cerebrales débiles, porque mi capacidad de concentración no es tremendamente grande. Me resulta más fácil practicar dos o tres horas, y después ir a un museo.
“Hago algunos ejercicios de relajamiento, y trato de no pensar para nada en el concurso. No es posible leer los pensamientos de los jueces. Mi actitud es considerar el concurso como si fuera un concierto. Da lo mismo si ante diez músicos, en un salón desierto, o para dos mil personas, entre las cuales habría sin duda diez músicos. No es posible predecir si una les gustará o no.”
Para las finales, Mitsuko Uchida llegó al Carnegie Hall de vaqueros azules, zapatos plateados y un sacón trinchera verde oliva, pero después se cambió y se puso un vestido de noche formal. Todos los finalistas llevaban ropa formal de concierto, y los jueces, así como algunos de la CBS, también se habían ataviado. Se había invitado a las finales a cierta cantidad de publico en vivo, ante el cual cada finalista tocaría, durante cuarenta y cinco minutos, un repertorio ininterrumpido. La perspectiva de ser escuchado por amigos, parientes y maestros pareció aflojar mucho a los cinco, y el estado de ánimo, detrás del escenario se volvió casi festivo.
Santiago Rodríguez
- Yo quería tocar –dijo Santiago Rodríguez-. Tener un público allí representaba una gran diferencia para mí. Cuando uno sale y ve todas esas caras, lo animan, y entonces los nervios ya no son un problema.

- Tuve una definida sensación de linaje –dijo Marian Hahn-. Pensé: Rubinstein ha tocado aquí este Chopin, y Horowitz tocó mi sonata de Haydn. En el primer concierto al cual asistí, Rudolf Serkin tocaba el Concierto Emperador, y yo me encontraba sentada arriba, en la galería.
Rudolf Serkin

Esta vez Hahn estaba sentada al piano, tocando el Emperador, y Serkin entre los jueces sentados en el salón. El, Mieczyslaw Horszowski, Rudolf Firkusny, William Masselos y el director William Steinberg se habían incorporado al jurado primitivo, para las finales. Escucharon cuatro horas de ejecuciones, y a las tres y media se retiraron a la sala del director, atrás del escenario del Carnegie Hall, para deliberar. La gente de la CBS había instalado allí más luces, y mientras los participantes y el público aguardaban a que los jueces decidieran quien era el ganador, Rudolf Serkin se negó a participar en las deliberaciones mientras siguieran allí las cámaras de televisión. El producto y él discutieron acerca de si era correcto televisar el acto. Por último, el productor de 60 Minutes aceptó apagar las luces de cuarzo, Serkin se sentó y Claude Frank inició la reunión.
- Primero determinaremos el premio o los premios –dijo-. Puede haber un premio, o dos, o tres… en teoría. O es posible que no haya premios, y sólo finalistas. En el pasado también ha habido un premio distintivo, según el cual la persona que lo recibía figuraría en una lista preferida de finalistas.
M. Horszowski
Los otros jueces parecieron confundidos. Luego se echaron a hablar todos al mismo tiempo.
- El instinto me dice que me agradaría dar el premio a todos ellos –dijo el señor Horszowski, un octogenario cuya voz suave, dulce, apenas se escuchaba en la sala.
-Yo soy aquí la única persona, entre los presentes, que no toca el piano, y me habría negado a dirigir a esta gente –dijo el señor Seinberg, enfático.
-¿Puedo decir algo? –preguntó el señor Fleisher varias veces, sin obtener respuesta.
-Me agradaría formular un problema muy importante –dijo el señor Frank con tono resonante-. ¿Otorgaremos un primer premio? ¿Quién vota por conceder un primer premio?
Volvió a reinar la confusión cuando los jueces hablaron todos juntos, y el señor Horszowski, la persona de más edad, con mucho, allí presente, pidió que aclarase.
Entonces dos jueces votaron por conceder un primer premio, en tanto que once lo hacían en contra.
- Por consiguiente, los cinco finalistas son los ganadores –dijo alguien.
- Rudi, ¿quiere tener la bondad de ir a decírselo? –pidió Rosalie Berner, sabiendo que la decisión seria recibida con silbidos y abucheos. Pero ninguno de los jueces estaba dispuesto a a salir al escenario para anunciar la decisión del jurado.
Cinco minutos más tarde, la señora Berner ocupaba el escenario.
- La decisión de los jueces, este año, es la de no otorgar un premio principal –dijo-. Cada uno de los finalistas recibirá mil dólares y un contrato administrativo de tres años, con presentaciones de orquesta y recitales programados para todo el país.
El público abucheó con energía, y en el acto se echaron a rodar especulaciones en cuanto al motivo de que no se hubiese elegido un ganador.
- Es posible que no tengan dinero –dijo un neoyorquino.
- Estos jueces son todos seniles –dijo otro-. Los que lo ganaron hace veinte años se olvidaron de lo mal que tocaban.
Detrás del escenario, Mitsuko Uchida hizo lo posible para no parecer desilusionada. Lydia Artymiw sonrió por primera vez en dos semanas; Marian Hahn, Steven de Groot y Santiago Rodríguez agradecieron graciosamente los cumplidos. Familiares y amigos se apiñaron en el lugar, y unos pocos reporteros y fotógrafos invadieron territorio de la CBS.
Esa noche, más tarde, en una fiesta para los jueces y los finalistas, Rudolf Serkin trató de explicar por qué no se había concedido un primer premio.
- El nivel de las ejecuciones fue asombrosamente elevado –dijo-. Técnicamente, no faltó nada. Hoy he aprendido mucho. A menudo me sentí conmovido. Cada uno de los finalistas está absolutamente capacitado para ejecutar en público, y es posible que los abucheos del público estuvieran justificados. Pero sentimos que ninguno de los finalistas estaba totalmente maduro para el premio, que cada uno tenia algo pero ninguno lo tenia todo.
Steven de Groot
Steven de Groot sorbió su champagne y aseguró que no había quejas.
-No me siento desalentado –dijo-. La decisión del jurado muestra una responsabilidad en cuanto a la integridad de las futuras ejecuciones musicales. Nadie quiere lanzarse a una carrera antes de estar preparado para ella. El concurso me sirvió de mucho. Todos necesitan que se les diga que son dignos de figurar en las finales de Leventritt.
“Pero podría agregar que los concursos me dan una sensación de náusea y de infelicidad general. Mañana me voy de vacaciones. Creo que me las merezco.”



HELEN EPSTEIN

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