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viernes, 9 de diciembre de 2011

LA IDEA DE LA MUERTE EN DOS SONATAS PARA PIANO

SONATA OP. 26 DE BEETHOVEN Y SONATA OP. 35 DE CHOPIN

Albert Mackey nos dice que la idea de la muerte de los cristianos, “no va acompañada de las tinieblas, porque representa solamente el sueño del cual despertamos a otra vida.” Asimismo en tiempos antiguos se creía que el sueño y la muerte estaban hermanados. Por ejemplo el  filosofo sofista Gorgias dijo al morir: “el sueño está próximo a entregarme a su hermano.” En cambio los paganos consideraban que  el sueño de la muerte era uno del cual ya no se podía despertar. Existía la creencia popular de que al morir se detenía el progreso de cualquier cosa, fuese esta material o inmaterial; y los poetas y filósofos aumentaban esta creencia cuando describían a la muerte como la extinción total e irremediable de la vida. Por ejemplo Séneca dijo que “después de la muerte no existe nada.” Mientras que Virgilio…llama a la muerte “un sueño de hierro, una noche eterna.”

Por otra parte, Cioran nos dice que la música “es el único arte que confiere un sentido a la palabra absoluto… [un absoluto] que se disipa en cuanto se restablece el silencio.” Por ello, la música muchas veces puede expresar aquello para lo que las palabras no alcanzan, incluyendo la  impresión que causa la muerte. Dos grandes compositores expresaron este sentir en dos de sus sonatas para piano: Beethoven en su opus 26 en la bemol mayor, y Chopin en su segunda sonata op. 35 en si bemol menor.


I
Al hablar sobre Beethoven, Paul Henry Lang dice que su música representa la encarnación de las virtudes de fuerza e integridad. Y que a diferencia de los románticos, las emociones en Beethoven son concebidas por intenciones completamente conscientes y gobernadas por ideas, lo cual crea una impresión de grandeza en su música. Lang agrega que:
ningún otro músico se ha acercado a esta fuerza de voluntad gigantesca e irreductible; ningún otro ha obligado una naturaleza tan impetuosa y demoniaca a seguir los dictados  de su voluntad bajo cualquier circunstancia, convirtiendo así sus energías en un poder creativo total… El es el hombre común, no salvado por la misericordia divina sino por su eterna humanidad, la cual destruye a Satanás[1].
En su época en Viena, Beethoven se identificó con las ideas que luchaban por un progreso que llevara al hombre a alcanzar la dignidad, la libertad y la belleza. Este idealismo se hace evidente en su sonata op. 26, principalmente en sus dos últimos movimientos.
El tercer movimiento, una Marcha Fúnebre, está dedicado a “la muerte de un héroe;” esto es significativo porque en esta música, digna y heroica, el compositor parece afirmar su propio ideal de valentía y determinación, el cual habría de permitirle superar las adversidades que surgían en esa etapa de su vida.

Esta obra fue concebida en una época, por 1801, en la que se agravaban sus problemas de audición que eventualmente le dejarían sordo. En una carta a su amigo Carl Amenda de junio de ese año escuchamos las propias palabras del compositor sobre este mal:
…tu Beethoven vive de lo más desdichado, enfrentado con la Naturaleza y su Creador, al que más de una vez he maldecido por exponer Sus criaturas a los más triviales accidentes, por los que muchas veces las más bellas flores se destruyen y se deshacen. Has de saber que la parte más noble de mí, mi oído, está muy deteriorada… se dice que se debe al estado de mis entrañas…Cuán triste será mi vida en adelante, despojado de todo amor y valor, rodeado por todas partes por personas tan míseras y egoístas…cuán feliz sería si no tuviese dañado el oído…Melancólica resignación en que debo refugiarme –pero ¿cómo lo conseguiré?...
El compositor parece mostrarnos la respuesta a esta interrogante en el último movimiento. Dice el pianista Claudio Arrau, que la idea de este final “es das Keimen der jungen Natur (la germinación de la joven naturaleza)… es decir que, después de la muerte [representada por la marcha], se produce el resurgimiento del flujo de la vida… De ese modo, la relación entre la Marcha Fúnebre y el final cobra sentido”.


Beethoven: Sonata op. 26

Arrau añade que para él “Beethoven siempre ha representado el espíritu del hombre victorioso, [un] mensaje de interminables conflictos concluyendo con la victoria de la renovación y el renacimiento espirituales.” Esta renovación se hará evidente en la vida del compositor al superar ese estado de desaliento, para así poder alcanzar a partir de esta obra una mayor madurez que le llevará a obtener sus mayores victorias en el campo del arte.

II
Comparado con Beethoven, Chopin se muestra en su música como un espíritu mas atormentado, más sufrido, sin el idealismo del alemán, quien no obstante también alcanza cimas de gran belleza. Este compositor pertenece ya a otra época en la que el individualismo artístico se concentra en alcanzar los lugares más recónditos del alma humana; la actitud romántica favorece los dictados del sentimiento por sobre los de la razón, lo cual le da al autor romántico una mayor libertad de expresar su atormentada personalidad. Julio Torri decía que: “del romanticismo data una desproporcionada estimación del yo respecto de los demás. El romántico es a veces un actor genial en un teatro vacío... a menudo antójasenos el romanticismo como una galería de grandes insociables, grandes huraños, grandes egoístas, grandes solitarios.”
Por su parte Chopin escribe:
“...interiormente muchas cosas me hacen sufrir. Ciertos presentimientos, los sueños –y también el insomnio -, la nostalgia, la indiferencia, el deseo de vivir y, un momento después, el de morir: ...una horrible mezcla de sentimientos me trastorna y me agita.”
Es probable que Chopin se haya inspirado en la sonata de Beethoven para componer el también una Sonata con una Marcha Fúnebre. Ya que aunque sus compositores predilectos eran Bach y Mozart, y sentía poca afinidad con Beethoven, se dice que le gustaba tocar la Sonata op. 26.
En los años más fructíferos como compositor, Chopin logró crear gran parte de su obra durante los periodos que pasaba en tranquilos lugares de descanso, acompañado del cariño y comprensión de la escritora George Sand, y alejado de Paris y de sus deberes como maestro de piano. Le llevó varios años concluir esta obra pero al parecer el mayor avance lo realizó en 1838, durante un viaje que realizó con Sand, y los hijos de ésta, a Palma de Mallorca.
Varias circunstancias de aquel viaje influyeron para darle el tono a su sonata. Durante las primeras semanas en Mallorca Chopin disfrutó del lugar, sin embargo al tornarse el clima más frío y húmedo, el compositor cayó enfermo de tuberculosis, enfermedad sin cura en aquellos días que varios años después lo llevaría a la tumba. Por otro lado, durante varias semanas el pequeño grupo se hospedó en una viejo claustro que, como nos dice su biógrafo Jesús Bal y Gay, “propiciaba un ambiente que exaltaba la imaginación del compositor a tal grado que escuchaba voces misteriosas tal vez provocadas por el viento y la lluvia, y hacia surgir en su mente las más descabelladas fantasías.”
En su Marcha Fúnebre se puede respirar toda la gravedad y la solemnidad que acompañan ese último viaje del hombre, así como la inevitabilidad que tiene el encuentro con "la parca". En estas páginas se mezclan el sufrimiento, la grandeza y la emoción que tiene la vida y que se hacen más evidentes al morir. En la sección intermedia cambia el carácter a un sentimiento más dulce, nostálgico, con una emotividad próxima al llanto y llena de un deseo contenido que ya no podrá ser satisfecho.
A diferencia de la marcha fúnebre de Beethoven, Liszt dice sobre este movimiento “que no es la muerte de un héroe lo que se llora, sino la de una generación que ha sucumbido sin dejar tras de sí otra cosa que las mujeres, los niños y los sacerdotes.” Esto en referencia a los polacos muertos, entre ellos muchos amigos de Chopin, a causa de la represión rusa a la insurrección de Varsovia de 1830.
De manera similar a Beethoven, Chopin también crea un vínculo entre los dos últimos movimientos, sólo que aquí no es la idea de la renovación la que se percibe. En este caso tenemos una pieza de movimiento perpetuo con un carácter fantasmagórico que no parece vislumbrar vida más allá de la tumba. Algún critico sugirió que representaba a unas hojas que habían caído y que eran movidas por el viento sobre una tumba que ya ha sido abandonada. Escucha esta obra completa interpretada por Anton Nel:

 
III
Recientemente el escritor Mario Vargas Llosa, al  hablar sobre la cultura, mencionaba que ésta se puede definir como aquello que nos enriquece la vida, o que nos ayuda a vivir, ya sea literatura, arte, etc. También mencionaba que la cultura en nuestro tiempo se ha banalizado al tratar de competir con el entretenimiento puro, ya que en su afán de buscar atraer a más gente se ha vuelto más superficial.
La idea de la muerte también ha sufrido este deterioro. En los países desarrollados se ha buscado ignorarla o esconderla. Mientras que en países menos desarrollados la muerte, y por consiguiente la vida, cada vez vale menos. Al leer sobre el fenómeno sociológico que se da actualmente en México, una criminóloga menciona que en la lógica del sistema económico vigente “los adolescentes y jóvenes empiezan a ser objetos de deshecho. Son basura. Ya no son necesarios…están excluidos totalmente del sistema social, un sistema que además exige alcanzar el éxito y el dinero para ser reconocido.” Por eso muchos jóvenes que se hallan inmersos en la guerra que actualmente se libra en nuestro país están conscientes de que seguramente morirán jóvenes,   y aun así prefieren vivir una vida corta pero “bien vivida”, con lujos, reconocimiento y dinero, a volver a un camino sin salida.
En la sonatas de las que he hablado aquí se reflejan dos concepciones diferentes sobre la muerte. Una, la de Beethoven, más afirmativa, más esperanzadora, en donde la visión es de la vida germinando después de la muerte. La otra, la de Chopin, es más negativa, más pesimista, parece decirnos que la vida ya no existe después de la muerte. Y sin embargo de ambos conceptos surge la belleza; la belleza del héroe y la del romántico. Una belleza que cada vez más desaparece en las muertes del tiempo que nos toca vivir. Algo realmente trágico si consideramos que nuestras muertes son también un reflejo de nuestras vidas.
Finalmente, creo que no nos toca pensar o decir mucho sobre lo que vendrá después de morir; una enseñanza antigua nos dice que nuestro tiempo en la tierra es el tiempo de construir un templo espiritual. Algo que Beethoven y Chopin hicieron, iluminando con su música también la idea de la muerte.

Eliud Nevárez Arrazate


[1] Paul Henry Lang. Music in Western Civilization

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