La opinión general es la de que un músico es una persona
que ha aprendido la música, es decir que se ha iniciado en el solfeo, en la
armonía, en el contrapunto…
De acuerdo con
semejante manera de ver las cosas, resulta que muchas gentes han llegado a ser
ejecutantes, compositores o críticos, sin que les guste la música poco ni mucho…
Como excepción, puede haber hombres casi desprovistos de
oído musical y hasta originariamente antagónicos a toda belleza; pero que
ávidos de sensaciones intensas, mediante el estudio llegan a disfrutar el
encanto de los sonidos…
En ciertos lugares bastante apartados de la llamada
civilización, en donde no han penetrado las canciones citadinas, hay melodistas
geniales que improvisan obras encantadoras, que muchas veces llegan a adquirir
gran popularidad. ¿No merecen mejor el nombre de músicos, a pesar de su
carencia de educación, que muchos de los técnicos “egresados” de los
conservatorios, y en cuyas naturalezas el profesionalismo, la rutina, o los
azares de la lucha por la vida, han matado toda afición, toda frescura de
impresiones? Nos parece que son análogos a esos capitanes de navío que odian el
mar, a esos abogados que abominan de la jurisprudencia, a esos profesores a
quienes fastidia la pedagogía.
Entonces, se dirá, para ser verdadero músico, ¿se
requiere prescindir del estudio de la música?
¡De ninguna manera! Por el contrario, hay que trabajar
incansablemente, analizar las obras de los grandes maestros, conocer todo lo
que se ha enseñado, hacerse de una cultura general… Pero no sujetarse a
enseñanzas desprovistas de fundamento solido; no caer bajo la férula de
maestros que enseñan mecánicamente; no pensar que basta triunfar en concursos y
ganar mucho prestigio –y a veces mucho dinero-, para creerse un verdadero
artista; saber distinguir entre la genuina senda del arte y los caminos en que
nos extravían los pretendidos dogmas de las escuelas; en una palabra, conservar
incólume la propia individualidad, siempre dispuesta a la emoción espontanea,
con una virginidad continuamente renovada para percibir o para expresar “las
cosas inmortales, que en nuestros seres frívolos pasan alguna vez.”
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