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miércoles, 17 de julio de 2013

¿QUIEN ES MUSICO? (fragmento de un ensayo de Carlos Palomar "Junius")


La opinión general es la de que un músico es una persona que ha aprendido la música, es decir que se ha iniciado en el solfeo, en la armonía, en el contrapunto…
De acuerdo  con semejante manera de ver las cosas, resulta que muchas gentes han llegado a ser ejecutantes, compositores o críticos, sin que les guste la música poco ni mucho…
Como excepción, puede haber hombres casi desprovistos de oído musical y hasta originariamente antagónicos a toda belleza; pero que ávidos de sensaciones intensas, mediante el estudio llegan a disfrutar el encanto de los sonidos…
En ciertos lugares bastante apartados de la llamada civilización, en donde no han penetrado las canciones citadinas, hay melodistas geniales que improvisan obras encantadoras, que muchas veces llegan a adquirir gran popularidad. ¿No merecen mejor el nombre de músicos, a pesar de su carencia de educación, que muchos de los técnicos “egresados” de los conservatorios, y en cuyas naturalezas el profesionalismo, la rutina, o los azares de la lucha por la vida, han matado toda afición, toda frescura de impresiones? Nos parece que son análogos a esos capitanes de navío que odian el mar, a esos abogados que abominan de la jurisprudencia, a esos profesores a quienes fastidia la pedagogía.
Entonces, se dirá, para ser verdadero músico, ¿se requiere prescindir del estudio de la música?
¡De ninguna manera! Por el contrario, hay que trabajar incansablemente, analizar las obras de los grandes maestros, conocer todo lo que se ha enseñado, hacerse de una cultura general… Pero no sujetarse a enseñanzas desprovistas de fundamento solido; no caer bajo la férula de maestros que enseñan mecánicamente; no pensar que basta triunfar en concursos y ganar mucho prestigio –y a veces mucho dinero-, para creerse un verdadero artista; saber distinguir entre la genuina senda del arte y los caminos en que nos extravían los pretendidos dogmas de las escuelas; en una palabra, conservar incólume la propia individualidad, siempre dispuesta a la emoción espontanea, con una virginidad continuamente renovada para percibir o para expresar “las cosas inmortales, que en nuestros seres frívolos pasan alguna vez.”

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