|
Carnegie Hall |
Las desigualdades de un concurso como el de Leventritt
son abrumadoras. Algunos participantes gastan hasta 1,000 dólares para llegar Nueva York y alojarse en un hotel decente;
otros sencillamente toman el ómnibus desde su casa de departamentos. Un
participante metió el concurso entre una cita para una grabación, un recital
para el doctorado y una presentación para un concierto, en tanto que otra se
pasó cuatro semanas sin hacer otra cosa que practicar su repertorio de
Leventritt con su profesora...
... Los jueces –todos ellos ejecutantes consumados- trataban
de ver más allá de estas discrepancias. Se mantenían impasibles durante las
secuencias de veintinueve minutos, hablaban entre sí sólo para determinar que
pedirle al participante que tocara
continuación, haciendo de vez en cuando anotaciones en los cuadernos que
tenían sobre las rodillas: distinguido…
no distinguido… conmovedor… demasiado pedal… nada de fraseo… interesante… muy
dotado… pobre.
Durante las preliminares, una quinta parte de los
ejecutantes tuvieron grandes lagunas de memoria, tocaron una frase o una
sección en una tonalidad errónea, o la omitieron del todo. En general, advirtieron
los jueces, tocaban todo a mayor velocidad que la acostumbrada, usaban más el
pedal y aporreaban.
- Casi nunca tocan con más suavidad –dijo Claude Frank-.
Como cualquier integrante de un publico de concierto, reaccionamos a una
experiencia musical y artística cuando escuchamos. Pero como jueces, nuestros
oídos perciben los componentes de esa experiencia. Escuchamos en busca de la
calidad del equipamiento técnico, el tono, la precisión, la intensidad, el
nivel de concentración, la integridad musical. Miramos cómo usa cada uno de
ellos el equipamiento que posee.
Para cuando los sesenta participantes –otros cinco se
habían ido, entretanto- terminaron de tocar, los jueces habían establecido dos
listas. La primera contenía a los pianistas que en su opinión eran
decididamente semifinalistas. Existía acuerdo general respecto de cinco de las
personas que habían tocado. Otros ocho ejecutantes fueron agregados como
semifinalistas posibles. Los nombres de estos trece pianistas fueron
comunicados a los participantes en la última noche de las preliminares, y
publicados al día siguiente en la prensa de Nueva York.
|
Marian Hahn |
La pianista Marian Hahn había sido la quinta participante
en tocar en las preliminares, y tuvo que esperar cuatro días para poder
averiguar si había llegado a las semifinales. Neoyorquina delgada, de cabellos
negros y modales agradables, se mostró muy a sus anchas en el escenario. Marian
Hahn había tenido una graduación de Phi Beta Kappa en Oberlin, y tenia
veintisiete años; había participado en varios otros concursos y aprendido a
sacar el máximo provecho de las situaciones de tensión.
- Comencé a practicar de nuevo al día siguiente de tocar
en preliminares –dijo-. No importa lo que haya sucedido en realidad, hay que
decirse que una va a pasar a la ronda siguiente. Trato de no hablar con los
otros participantes durante ese periodo. Me acuesto temprano y practico seis
horas por día. Tanto yo como mi acompañante tenemos problemas de resistencia.
No le importa lo que diga la gente, existe una diferencia entre la resistencia
de una mujer de cincuenta y cinco kilos y un hombre de noventa. Tenemos que
conservar nuestra energía, y hacer una vida bastante rígida, austera, durante
un tiempo.
“Me sentí bien durante los primeros cuatro días de la
semana, pero el quinto día fue terrible. Nos habían dicho que llamáramos a las
oficinas de Leventritt a las cuatro y media, para averiguar quien había llegado
a las semifinales. Cuando llamé, las líneas estuvieron ocupadas durante casi
una hora, hasta que pude comunicarme. Cuando me dijeron que lo había logrado,
pedí a mi compañera de habitación que escondiera los periódicos durante el fin
de semana. No quería saber contra quien debería competir.”
El lunes siguiente, Marian Hahn era la primera
semifinalista que debía tocar ante los jueces. El auditorio había sido
trasladado ahora al Carnegie Hall, y las luces de televisión de la CBS se veían
empequeñecidas por los círculos de terciopelo rojo y butacas doradas. Los
jueces se hallaban sentados en una hilera de asientos, a mitad de camino entre
el escenario y las puertas del auditorio...
|
Lydia Artymiw |
- ...Nunca había tenido que pasar por semejante presión –dijo
Lydia Artymiw, quien competía por primera vez en una prueba de importancia.
Tenía veintiún años, cabello rubio, casi blanco, y ojos azules, y rezumaba un
aire de decisión característico de la mayoría de los participantes. Sus padres
eran inmigrantes ucranianos, desplazados por la Segunda Guerra Mundial, tal
como los padres de Marian Hahn eran refugiados judíos alemanes. Ambas mujeres
eran excelentes estudiantes, y ejecutantes disciplinadas, y las dos contaban
con el apoyo total de sus familias, que habían ido con ellas al Carnegie Hall.
Lydia Artymiw parecía no haber dormido en varios días.
- En un concierto, si una se salta una nota no se
preocupa –dijo-. Aquí, siente enseguida que son cincuenta puntos en contra. Los
jueces conocen el repertorio del derecho y del revés, y cada uno tiene su
propia idea acerca de cómo debería sonar la pieza. Una tiene que tocar lo que
toca con la máxima convicción, y no distraerse ni preocuparse por el hecho de
que no percibe reacciones. Ellos no aplauden. No le hacen saber a una de
ninguna manera que les pareció. Y en la cabeza de una están todos los signos de
interrogación, mientras aguarda, sentada. Si llega a las finales, es
maravilloso, pero hay que pagar un precio. Hay que ir y volver a hacerlo todo
otra vez.
Meneó lentamente la cabeza, de un lado a otro.
- Lo peor es el agotamiento. Una practica todo el día;
está todo e tiempo bajo tensión. Yo sentía el cuello y la espalda como un nudo
compacto. Pero quería averiguar como haría para enfrentarlo, y he aprendido mucho.
A esta altura, ganar o perder ya no me importa. Quería saber cómo haría para
pasar por eso.
A las cuatro de la tarde, después de que terminaron los
últimos semifinalistas, los jueces se retiraron para elegir a los finalistas.
Cada juez preparó una lista de los ejecutantes que consideraba merecedores a
llegar a la final. Cualquier nombre que apareciera en cinco o más listas seria
considerado como tal. Resultó que había cinco de esos nombres: Lydia Artymiw y
Marian Hahn; Steven de Groot, un sudafricano que vivía en Filadelfia; Santiago
Rodríguez, un cubano que residía en Nueva York, y Mitsuko Uchida, una japonesa
que vivía en Londres.
La noche anterior a las finales, Mitsuko Uchida se
hallaba en su habitación del Hotel Taft, donde no tenia acceso a un piano.
tenia veintisiete años, cabello negro, era elástica y serena. Había proyectado
una sensación tan fuerte de refinamiento, en escena, que varios de los
integrantes del público la habían apodado “Señorita Dragón.”
|
Mitsuko Uchida |
Mitsuko Uchida no parecía inquieta o cansada.
-No practico hasta el ultimo momento –dijo-. A veces me
pongo a tejer, porque eso me aparta los pensamientos del concurso. Esta semana
he visitado varios museos: el Frick, el Metropolitan, el Guggenheim. Si
practicara ocho horas por día estaría demasiado fatigada para tocar. Debo tener
células cerebrales débiles, porque mi capacidad de concentración no es
tremendamente grande. Me resulta más fácil practicar dos o tres horas, y
después ir a un museo.
“Hago algunos ejercicios de relajamiento, y trato de no
pensar para nada en el concurso. No es posible leer los pensamientos de los
jueces. Mi actitud es considerar el concurso como si fuera un concierto. Da lo
mismo si ante diez músicos, en un salón desierto, o para dos mil personas,
entre las cuales habría sin duda diez músicos. No es posible predecir si una
les gustará o no.”
Para las finales, Mitsuko Uchida llegó al Carnegie Hall
de vaqueros azules, zapatos plateados y un sacón trinchera verde oliva, pero
después se cambió y se puso un vestido de noche formal. Todos los finalistas
llevaban ropa formal de concierto, y los jueces, así como algunos de la CBS,
también se habían ataviado. Se había invitado a las finales a cierta cantidad
de publico en vivo, ante el cual cada finalista tocaría, durante cuarenta y
cinco minutos, un repertorio ininterrumpido. La perspectiva de ser escuchado
por amigos, parientes y maestros pareció aflojar mucho a los cinco, y el estado
de ánimo, detrás del escenario se volvió casi festivo.
|
Santiago Rodríguez |
- Yo quería tocar –dijo Santiago Rodríguez-. Tener un
público allí representaba una gran diferencia para mí. Cuando uno sale y ve
todas esas caras, lo animan, y entonces los nervios ya no son un problema.
- Tuve una definida sensación de linaje –dijo Marian
Hahn-. Pensé: Rubinstein ha tocado aquí este Chopin, y Horowitz tocó mi sonata
de Haydn. En el primer concierto al cual asistí, Rudolf Serkin tocaba el
Concierto Emperador, y yo me
encontraba sentada arriba, en la galería.
|
Rudolf Serkin |
Esta vez Hahn estaba sentada al piano, tocando el Emperador, y Serkin entre los jueces
sentados en el salón. El, Mieczyslaw Horszowski, Rudolf Firkusny, William
Masselos y el director William Steinberg se habían incorporado al jurado
primitivo, para las finales. Escucharon cuatro horas de ejecuciones, y a las
tres y media se retiraron a la sala del director, atrás del escenario del
Carnegie Hall, para deliberar. La gente de la CBS había instalado allí más
luces, y mientras los participantes y el público aguardaban a que los jueces
decidieran quien era el ganador, Rudolf Serkin se negó a participar en las
deliberaciones mientras siguieran allí las cámaras de televisión. El producto y
él discutieron acerca de si era correcto televisar el acto. Por último, el
productor de 60 Minutes aceptó apagar
las luces de cuarzo, Serkin se sentó y Claude Frank inició la reunión.
- Primero determinaremos el premio o los premios –dijo-.
Puede haber un premio, o dos, o tres… en teoría. O es posible que no haya
premios, y sólo finalistas. En el pasado también ha habido un premio
distintivo, según el cual la persona que lo recibía figuraría en una lista
preferida de finalistas.
|
M. Horszowski |
Los otros jueces parecieron confundidos. Luego se echaron
a hablar todos al mismo tiempo.
- El instinto me dice que me agradaría dar el premio a
todos ellos –dijo el señor Horszowski, un octogenario cuya voz suave, dulce,
apenas se escuchaba en la sala.
-Yo soy aquí la única persona, entre los presentes, que
no toca el piano, y me habría negado a dirigir a esta gente –dijo el señor
Seinberg, enfático.
-¿Puedo decir algo? –preguntó el señor Fleisher varias
veces, sin obtener respuesta.
-Me agradaría formular un problema muy importante –dijo
el señor Frank con tono resonante-. ¿Otorgaremos un primer premio? ¿Quién vota
por conceder un primer premio?
Volvió a reinar la confusión cuando los jueces hablaron
todos juntos, y el señor Horszowski, la persona de más edad, con mucho, allí
presente, pidió que aclarase.
Entonces dos jueces votaron por conceder un primer
premio, en tanto que once lo hacían en contra.
- Por consiguiente, los cinco finalistas son los ganadores
–dijo alguien.
- Rudi, ¿quiere tener la bondad de ir a decírselo? –pidió
Rosalie Berner, sabiendo que la decisión seria recibida con silbidos y
abucheos. Pero ninguno de los jueces estaba dispuesto a a salir al escenario
para anunciar la decisión del jurado.
Cinco minutos más tarde, la señora Berner ocupaba el
escenario.
- La decisión de los jueces, este año, es la de no otorgar
un premio principal –dijo-. Cada uno de los finalistas recibirá mil dólares y
un contrato administrativo de tres años, con presentaciones de orquesta y
recitales programados para todo el país.
El público abucheó con energía, y en el acto se echaron a
rodar especulaciones en cuanto al motivo de que no se hubiese elegido un
ganador.
- Es posible que no tengan dinero –dijo un neoyorquino.
- Estos jueces son todos seniles –dijo otro-. Los que lo
ganaron hace veinte años se olvidaron de lo mal que tocaban.
Detrás del escenario, Mitsuko Uchida hizo lo posible para
no parecer desilusionada. Lydia Artymiw sonrió por primera vez en dos semanas;
Marian Hahn, Steven de Groot y Santiago Rodríguez agradecieron graciosamente
los cumplidos. Familiares y amigos se apiñaron en el lugar, y unos pocos
reporteros y fotógrafos invadieron territorio de la CBS.
Esa noche, más tarde, en una fiesta para los jueces y los
finalistas, Rudolf Serkin trató de explicar por qué no se había concedido un
primer premio.
- El nivel de las ejecuciones fue asombrosamente elevado
–dijo-. Técnicamente, no faltó nada. Hoy he aprendido mucho. A menudo me sentí
conmovido. Cada uno de los finalistas está absolutamente capacitado para
ejecutar en público, y es posible que los abucheos del público estuvieran
justificados. Pero sentimos que ninguno de los finalistas estaba totalmente
maduro para el premio, que cada uno tenia algo pero ninguno lo tenia todo.
|
Steven de Groot |
Steven de Groot sorbió su champagne y aseguró que no
había quejas.
-No me siento desalentado –dijo-. La decisión del jurado
muestra una responsabilidad en cuanto a la integridad de las futuras ejecuciones
musicales. Nadie quiere lanzarse a una carrera antes de estar preparado para
ella. El concurso me sirvió de mucho. Todos necesitan que se les diga que son
dignos de figurar en las finales de Leventritt.
“Pero podría agregar que los concursos me dan una sensación
de náusea y de infelicidad general. Mañana me voy de vacaciones. Creo que me
las merezco.”
|
HELEN EPSTEIN |