OLGA SAMAROFF |
El tema de la concentración en el estudio de la música ha sido discutido
tantas veces que podría parecer imposible decir algo al respecto que pudiera
parecer novedoso. Y sin embargo la concentración es un asunto de tal
trascendencia para cualquier estudiante, y en particular para los que estudian
música, que hay pocos artistas que dudarían en ponerla como uno de los
fundamentos de todo trabajo serio. Una
concentración exitosa es un proceso mental que se obtiene sólo después de mucho
esfuerzo intelectual. Desafortunadamente
existe una tendencia entre algunos estudiantes norteamericanos de mirar
cualquier cosa intelectual conectada a la música con cierto desdén. Ellos no
dudan en criticar algunos grandes artistas de tal forma que uno inmediatamente
se da cuenta que estos estudiantes piensan en “intelecto” como sinónimo de
inferioridad. Uno se da cuenta de lo absurdo de esto cuando recuerda que
cualquier trabajo musical de altura está basado en el desarrollo de los poderes
intelectuales del individuo.
La preciosa chispa divina que el artista debe mantener brillando en su
alto altar no debe ser opacada por una más elevada cultura mental. Pero el
contenido emocional de la interpretación del artista no se verá disminuido
porque él use su cerebro en todo momento durante su tiempo de estudio. Es
verdad que muchas veces escuchamos música ejecutada con una especie de frialdad
técnica que muchos atribuyen a una postura intelectual superior: la llama
divina completamente extinta. [En esos casos] no podemos sino decir que la calidez de la
emoción, el fervor del genio interpretativo, nunca existieron en el alma del
ejecutante. Si existieran, ninguna cantidad del así llamado “esfuerzo
intelectual” habría acabado con ellos. La pesadilla del “intelecto” ha desviado
a muchos estudiantes descuidados quienes se han imaginado que por medio de
algún misterioso proceso musical el éxito vendrá a ellos sin ningún trabajo
mental especial. Yo estaría de hecho inclinada a decir que mientras que un
“intérprete” intelectual puede carecer de la divina chispa, al intérprete con
la divina chispa en el más alto sentido no puede faltarle el intelecto, sino al
contrario es una de las más altas manifestaciones de las posibilidades de logro
intelectual.
El ciego Tom |
Tenemos hoy en día, así como ha habido en el pasado, artistas que han
alcanzado una amplia popularidad por medio de cierta cualidad musical
instintiva similar a la que uno encuentra con frecuencia en campesinos
italianos e eslavos. Su música parece llegarles aparentemente sin estudio, como
si trabajaran por completo a través del subconsciente. Tales músicos
combinan cierta cantidad de fuego, amplitud de tono, y, por falta de un mejor
término, “magnetismo.” Muchas veces este tipo de músico tiene éxito en hechizar
a una audiencia, en particular una con poco criterio. Un ejecutante así fue el
“Ciego Tom”, una anormalidad de la naturaleza. A mi parecer, sin embargo, estos
ejecutantes no merecen ser seriamente considerados como artistas. El verdadero
gran artista es aquel que no sólo posee todos los dones que el ejecutante
natural puede tener, sino que también combina estos con una amplitud intelectual conseguida a través de años de
inteligente estudio y experiencia.
LOGRANDO UNA PRACTICA MIL VECES MAS VALIOSA
J. S. BACH |
NO HAY REGLAS PATENTADAS PARA LA CONCENTRACION
Sobre la concentración el estudiante no debe imaginar que yo tengo en
mente algunos métodos de mi propiedad. No existen patentes, ni reglas ni
esquemas. Lo que se necesita es el sentido común de todos los días. El sentido
común debería de enseñar al alumno promedio que si él puede tocar un pasaje una
vez correctamente debería de ser capaz de tocarlo correctamente una y otra vez,
si sólo puede reproducir el mismo nivel de concentración que le permitió tocar
a la perfección la primera vez. Es decir, si la habilidad técnica y el
entendimiento musical del alumno abarcan un pasaje una vez, es en gran parte
una cuestión de control mental si él logra reproducir con éxito el pasaje sin
las innecesarias repeticiones por las que tantos alumnos pasan antes de que
parezcan tener resultados. Cada vez que el pasaje que uno ha seleccionado para
trabajar falla en salir bien, después de que ya se tuvo éxito en tocarlo una vez
de forma satisfactoria, entonces hay que pensar que uno no se está
concentrando. Algunos jóvenes músicos desorientados parecen no darse cuenta de
que para poder tener resultados uno debe de invariablemente preservar esa
íntima conexión entre el cerebro y los dedos que significa concentración.
Parece que ellos piensan que pueden estar soñando al piano y que sus desorientados
dedos se cuidan a si mismos. Años de estudio son desperdiciados de esta manera
y los oídos de los estudiantes, sin mencionar los de aquellos que son obligados
a escuchar, son torturados por una práctica chapucera que nunca en el mundo
puede llevar a un éxito real.
El primer error, como toda las primeras ofensas, es el principio del
final a menos que el alumno tenga gran cuidado en evitar tal hábito. El cometer
errores en la mayoría de los casos es un hábito que se puede evitar
enteramente, y que muchas veces es resultado de no analizar en donde está el problema
desde el comienzo. Si solamente el alumno aprendiera a detenerse en el mismo instante en el que se comete el
primer error, y se diera a si mismo una fuerte reprimenda por no concentrarse,
tendría una mucho mejor oportunidad de un eventual éxito; en lugar de continuar
ciegamente escondiendo sus errores bajo el más engañoso de los preceptos: “la
práctica hace al maestro.” Sí es cierto que la práctica hace al maestro, pero
sólo si es una práctica correcta basada en la concentración… No es falta de
talento, ni falta de oportunidad, ni de atmosfera la que se interpone en el
camino de muchos alumnos – es pura distracción. En los viejos tiempos los
pastorcillos solían recorrer grandes distancias en el campo para obtener
pequeños pedazos de algodón que quedaban colgando en los arbustos. Era una
tarea con una magra ganancia que requería miles de pasos por muy poco algodón. De
manera similar muchos alumnos corren por kilómetros de escalas, arpegios y
ejercicios para obtener muy poco de ellos. El ejecutante exitoso no tiene
tiempo para este estudio derrochador. El debe de obtener sus resultados con el menor número posible de notas desperdiciadas.
(Traducción Eliud Nevárez)
(Traducción Eliud Nevárez)